Foto Miguel Moreno |
Flores, tulipas y brillos relucientes. Báculos, incensarios y luces. Caramelos, estandartes y capas. Candelería, agua y alfileres… Todos han cumplido con su cometido. Cuando un grupo quiere trabajar y está motivado, solo hay un resultado posible: todo saldrá bien. Es entonces cuando sabemos que muy posiblemente los nervios estén a flor de piel, las prisas de los últimos momentos quizá nos hagan estar más serios de lo normal, menos predispuestos a la broma. Las cabezas visibles, aquellos que ostentan más responsabilidad, han tenido capacidad, intuición e inspiración para organizarnos y no queremos ni debemos fallarles.
A primera hora de la tarde del Miércoles Santo, para muchos de nosotros, comienza el ritual más emotivo y más cofrade previo a nuestra salida procesional. Al horquillero de fe, al penitente de corazón, al monaguillo que estrena indumentaria, al romano que enarbola su lanza, a los complacidos camareros, a la satisfecha junta de gobierno, a los chiquillos que por primera vez visten sus túnicas… a todos nos une un solo deseo: que la familia reunida salga a procesionar, que nuestro Cristo del Perdón y nuestra Santa Verónica recorran las calles almuñequeras hacia un encuentro mágico, con toda la dignidad que merecen.
El último planchazo a esa blanca túnica o camisa que relucirá en la noche como mis ojos al recordar con respeto cuánto me falta para asemejarme a ese Señor que perdona, que es paciente y que siempre espera con fe, con confianza, dispuesto a dar otra oportunidad.
Capirote o capuchón, o a cara descubierta ¡no importa! pero con humildad. Que mis actos no sean sólo un escaparate para que los demás me juzguen bien, que lo que haga mi mano derecha no lo sepa la izquierda, porque quiero vivir como la Verónica, desde la compasión y el amor, desde el anonimato que implica tender una mano o secar una lágrima por el puro placer de servir al otro.
Escudo firmemente cosido, como mi devoción, que no se mueve ni flaquea. Cordón ceñido con su nuevo nudo, que me haga recordar que debo estar ahí siempre, para demostrar públicamente y sin cobardía que somos hermanos en Cristo, con mis actos y con mis palabras.
Medalla, cerquita del corazón o amarrada a la cintura, con orgullo y amor, como cuando invoco a los míos, a mi gente, a todos y cada uno de los que quiero a mi lado, de los que necesito nutrirme, a los que quiero darme, y por los que doy gracias a Dios.
Y esas albarcas o calzado traicionero que bendeciré cuando, al pasar de las horas, comiencen a doler y me obligaré a decir: ¡más sufrió él por mí!
Alrededor de las 20h del Miércoles Santo continuamos mirando al cielo, mientras más y más hermanos vamos llegando a nuestra cita puntual en la Encarnación. En breve, en tan sólo media hora, la primera “levantá” nos provoca un escalofrío y las notas de la banda nos conducen hacia la salida del templo. Primero el Cristo, con su afable tronío portado por hombres de fe que nos recuerdan que el amor no es solo cosa de chiquillos o de mozuelas. Luego su Verónica, siguiéndole con tanta ternura que parece que se desliza de puntillas por las calles almuñequeras, mecida sobre los hombros de mujeres fuertes y decididas.
Es entonces cuando las lágrimas nos surcan el rostro, que no por esperadas son menos emotivas. Y damos gracias a Dios por estar ahí un año más, porque la lluvia nos ha dado un respiro y por tener la dicha de pertenecer a esta cofradía.
Ahora, por el transcurrir de las calles, mi mirada se detiene en los rostros de la gente que nos ve pasar. Ojos vidriosos, labios murmurando una oración a media voz, gestos de fe y de fervor, comentarios de admiración, calladas promesas o peticiones, agradecimientos sinceros. El pueblo está disfrutando de su Cristo del Perdón bondadoso y de su Verónica amorosa.
Finalmente, con la satisfacción de ver cumplido un sueño hecho realidad, la tribuna se rinde ante los pies de nuestros titulares en un encuentro glorioso que nos consuela, nos anima a continuar y nos enorgullece; una tribuna y unos fieles que truecan por aplausos el símbolo que hemos deseado transmitir con nuestra representación y cuyo mensaje, sin duda, han recibido: ayuda sin reparos a tu hermano, consuela al afligido, no entorpezcas el camino de tu vecino, antes bien, acompáñalo en lo que necesite…
Y, sí, es cierto que la amenaza de lluvia y las gotas chispeantes nos obligan a volver a casa un poco antes de lo que hubiéramos deseado pero la semilla ya está sembrada y esto es sólo el agua que riega nuestros campos. Estamos convencidos de que el pueblo va a hacer sus deberes durante todo este próximo año: perdonar como sabe hacer su Cristo y aliviar como sólo sabe hacer nuestra Verónica.
Ya llegó la hora,
Ya llegó el momento
Para nosotros, el miércoles más esperado del año
Miércoles Santo en Almuñécar…
Cuando contemplamos la fe del pueblo sexitano,
Cuando vemos esa convicción que va más allá de la emoción…
Cuando vemos a los niños vestidos de penitentes,
Con esa paz en su rostro, con esa confianza…
Con esa paz en su rostro, con esa confianza…
Con esa fe que les nace
Al ver al redentor recorriendo nuestras calles
Sembrando la semilla de la reconciliación y el amor.
Cuando contemplamos a nuestros mayores del barrio
Repetir sus oraciones al paso de nuestros Titulares
Nos brota una emoción que nace en nuestro corazón…
Nos brota una emoción que nace en nuestro corazón…
Cuando contemplamos al Perdón
Pasar y sentimos sobre nosotros su mirar,
Todas esas expresiones del arte,
Cultura y fe popular cobran sentido.
Todas esas expresiones del arte,
Cultura y fe popular cobran sentido.
Y entendemos el por qué han trascendido
La distancia y el tiempo…
Y comprendemos por qué no caen en el olvido.
La distancia y el tiempo…
Y comprendemos por qué no caen en el olvido.
Cuando contemplamos a la Verónica
Meciéndose sobre su trono…
Comprendemos el por qué en Almuñécar
Se vive así la Semana Santa.
Comprendemos el por qué en Almuñécar
Se vive así la Semana Santa.
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