“… El que esté libre de pecado que tire la primera piedra… Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más.” del Evangelio según San Juan.

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Viernes Santo.Santo Entierro.2011

Foto: Costa Tropical

Un lluvioso y largo día de abril da paso a un anochecer calmado. El cortejo del Santo Entierro de Almuñécar inicia su recorrido con la solemnidad propia de los más aclamados actos penitenciales de las grandes capitales.

Sobria, elegante, discreta y triste. La Magdalena ha caminado esta noche de Viernes Santo las calles sexitanas con una seriedad y una afección que han conmocionado a niños, a jóvenes y a mayores. Nadie ha quedado indiferente.

El morado de otros años ha dado paso esta noche al luto más riguroso porque la pena que sientes es tan honda, Magdalena, que por un instante seguro que dudaste de la promesa de la resurrección. Y mientras ese misterio se materializa ¿qué otro color puede reflejar mejor la sensación de soledad y abandono que sentimos por la muerte de Jesús?.


No eres reina, pecadora, pero has conocido la dicha de saberte perdonada y amada por Nuestro Gran Padre, por eso puedes procesionar con la cabeza bien alta. No eres Virgen ¡y vaya si te lo hacen recordar bien! pero tienes la dicha de haber sabido rectificar hasta el punto de llegar a ser santificada, por eso ocultas hoy tu melena de nuevo, como antaño era obligatorio por respeto, por la injusticia que te inspiran la Pasión y Muerte de un Nazareno bueno.

Las sencillas rosas blancas que dan pequeñas pinceladas de luz a tu trono dejan estelas de austeridad y rendición. Avenidas y callejuelas oscurecen al paso del Santo Sepulcro y tras él estás tú, Magdalena, derramando lágrimas que se deslizan por los varales, gotas de lágrimas que dan forma a esas túnicas blancas que te portan, compartiendo contigo la amargura y el dolor que tú sientes.


¡Qué dolor más hondo, Magdalena, qué dolor más íntimo! Pero no olvides que tú serás la elegida para su más inminente regreso, mujer, recuerda que al tercer día tú podrás ver de nuevo, con tus ojos hoy llorosos, su eterno rostro santo.


Y el aroma de esas mismas rosas blancas deja paso a Nuestra Señora Virgen de los Dolores, madre doliente y dolorosa, madre divina y humana, madre que ruega por nosotros y nos bendice, dando gracias al cielo porque su hijo ya no sufre más y descansa en paz.

Foto: Costa Tropical
Consuélala, Magdalena, hazte pequeñita como sólo tu humildad sabe hacer, acurrucada a su vera, y concédele la importancia que ella merece. Porque es la madre del hijo de Dios y la has visto sobrellevar lo que ninguna madre debería.





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